
Entre el estudio y la evasión transcurrieron las prácticas lectoras en las cárceles inquisitoriales, donde se advierten tanto las diversas estrategias utilizadas por los presos para acceder a los libros como las facilidades que los alcaides de las prisiones otorgaron a algunos de ellos. Junto a la lectura en silencio y en espacios cerrados, otros capítulos se ocupan de las lecturas compartidas en alta voz, destacando el papel desempeñado en esas circunstancias por los diferentes mediadores. De un lado se reflexiona sobre los paralelismos y diferencias en la lectura de textos espirituales entre un grupo de moriscos, una casa de beatas y las carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús. Y de otro, sobre la lectura en la calle, donde lo mismo se podía leer un edicto que una gaceta, una relación de sucesos o los carteles, anuncios y pasquines fijados en las paredes. Se acude para ello a las fuentes más diversas, desde los documentos de archivo a los testimonios literarios, desde la materialidad de los textos hasta su representación, desde los libros a los impresos y manuscritos en hojas sueltas. El punto de mira se pone en la lectura como un proceso complejo, tratando de seguir el registro de la práctica de leer y sus efectos, perfilando así una historia de los modos de leer y de los lectores, algunos reputados y muchos otros desconocidos, y no pocos de ellos individualizados, nombrados.
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